El capital como poder. Hacia una nueva cosmología del capitalismo (2002) – Schimshon Bichler y Jonathan Nitzan

«Así, el nacimiento de la filosofía y el nacimiento de la democracia no coinciden, sino que se codean. Ambos son expresiones, y encarnaciones centrales, del proyecto de autonomía. […]

La noche ha caído sólo para aquellos que se han dejado caer en la noche. Para los que están vivos,

helios neos eph’hémeréi estin – el sol es nuevo cada día. (Heráclito)».

Cornelius Castoriadis, ¿El «fin de la filosofía»?

Introducción

Las teorías convencionales del capitalismo están sumidas en una profunda crisis: tras siglos de debate, siguen siendo incapaces de decirnos qué es el capital. Liberales y marxistas conciben el capital como una entidad económica que miden con dos cantidades universales: la utilidad o el trabajo abstracto, respectivamente. Pero estas unidades son totalmente ficticias: no se pueden observar ni medir. No existen. Y como el liberalismo y el marxismo necesitan estas unidades inexistentes, sus teorías flotan en el vacío. No pueden explicar el proceso que más importa: la acumulación de capital.

Este fallo no es casual. Cada modo de poder evoluciona en concierto con sus teorías e ideologías dominantes. En el capitalismo, estas teorías e ideologías pertenecían inicialmente al estudio de la economía política, la primera ciencia mecánica de la sociedad. Pero el modo de poder capitalista siguió cambiando, y a medida que el poder detrás del capital se hizo más y más visible, la ciencia de la economía política se desintegró. A finales del siglo XIX, con el dominio del capital, la economía política se había dividido en dos ámbitos distintos: la economía y la política. Y en el siglo XX, cuando la lógica del poder del capital ya había penetrado en todos los rincones de la sociedad, las diversas ciencias sociales arrebataron lo que quedaba de la economía política. Hoy en día, el capital reina, pero los teóricos carecen de un marco coherente para explicarlo.

La teoría del capital como poder ofrece una alternativa unificada a esta dispersión. Sostiene que el capital no es una mera entidad económica, sino una cuantificación simbólica del poder. El capital tiene poco que ver con la utilidad o el trabajo abstracto, y va mucho más allá de las máquinas y las líneas de producción. En términos más generales, representa el poder organizado de los grupos de capital dominantes para remodelar -o crear- su sociedad.

Esta concepción conduce a otra cosmología del capitalismo. Ofrece un nuevo marco teórico del capital, basado en las nociones gemelas de capital dominante y acumulación diferencial, una nueva concepción del Estado capital y una nueva historia del modo de poder capitalista. También introduce nuevos métodos de investigación empírica, como nuevas categorías; nuevas formas de concebir, relacionar y presentar los datos; nuevas estimaciones y medidas; y, por último, las premisas de una nueva contabilidad desagregada que revela las dinámicas conflictivas de la sociedad.

La cosmología capitalista

Como escriben Marx y Engels al principio de La ideología alemana (1845), el régimen capitalista está inextricablemente ligado a sus teorías e ideologías. Formuladas por primera vez por la economía política clásica, estas teorías e ideologías son mucho más que un intento pasivo de explicar, justificar y criticar el llamado sistema económico. Por el contrario, constituyen toda una cosmología, un sistema de pensamiento a la vez activo y totalizador.

En griego antiguo, la palabra Kosmeo tiene una connotación activa: significa «ordenar» y «organizar», y eso es precisamente lo que hace la economía política. Explica, justifica y critica el mundo, pero, en primer lugar, configura activamente ese mundo. Además, la economía política no se refiere al estrecho concepto de economía como tal, sino a todo el orden social, así como al mundo natural en el que se inserta este orden social.

El objetivo de este artículo es presentar una cosmología alternativa, que ofrecería el esbozo de un marco totalmente diferente para entender el capitalismo.

Por supuesto, para proponer una alternativa, primero debemos saber qué es lo que impugnamos y qué es lo que queremos sustituir. Para empezar, especificamos lo que creemos que son los rasgos característicos de la actual cosmología capitalista. Tras este primer paso, enumeramos las razones por las que, a lo largo del último siglo, esta cosmología se ha ido desintegrando gradualmente, hasta el punto de ser incapaz de dar sentido a su mundo y recrearlo. Finalmente, como conclusión, formulamos algunos de los temas clave de nuestra propia teoría: la teoría del capital como poder.

Primer principio: la separación de la economía y la política

La economía política, tanto la liberal como la marxista, se basa en tres principios fundamentales: (I) una separación de la economía y la política, (II) una comprensión mecánica galileano-cartesiana-newtoniana de la economía, y (III) una teoría del valor que divide la economía en dos esferas -real y nominal- y utiliza las magnitudes de la esfera real para explicar las apariencias de la esfera nominal. Esta sección y las dos siguientes examinan estos principios, empezando por la separación de la política y la economía.

Durante los siglos XIII y XIV, en las ciudades-estado de Italia y los Países Bajos surgió una alternativa al estado feudal rural: el orden urbano del burgo capitalista. Los gobernantes del municipio eran los capitalistas. Poseían el dinero, las casas comerciales y los barcos, dirigían la industria; estaban ávidos de nuevas tecnologías sociales y buscaban métodos de producción innovadores.

Estos primeros capitalistas ofrecieron una forma completamente nueva de organizar la sociedad. En lugar del orden feudal vertical en el que los privilegios y los ingresos se obtenían por la fuerza y se santificaban con la religión, crearon un orden civil horizontal en el que los privilegios y los ingresos procedían de la productividad racional. En lugar del circuito cerrado de redistribución agrícola por confiscación, prometieron un crecimiento industrial indefinido. En lugar de la ignorancia, trajeron el progreso y el conocimiento. En lugar de servilismo, ofrecieron una perspectiva de futuro1.

El orden que establecieron fue el futuro régimen del capital, un orden explícitamente «económico», basado en un ciclo infinito de producción y consumo y en la acumulación siempre creciente de dinero.

Al principio, la burguesía estaba subordinada al orden feudal en el que surgió, pero este estatus cambió gradualmente. La burguesía comenzó a exigir y a obtener libertades, es decir, favores, exenciones diferenciales que la eximían de las sanciones feudales, de los impuestos y de otros gravámenes. La burguesía reconocía la legitimidad del orden político feudal, sobre todo en materia de religión y guerra. Pero exigió que esta política no afectara a su economía urbana. Esta temprana lucha de clases, la lucha de poder entre la nobleza en declive y la burguesía en ascenso, es el origen de lo que hoy consideramos la separación de la economía y la política.

Merece la pena resumir las características de esta separación, empezando por el punto de vista liberal. Durante los últimos cinco siglos, los liberales se han acostumbrado a considerar la producción, la tecnología, el comercio, la renta y el beneficio como aspectos diferentes de la economía. En cambio, entidades como el Estado, la ley, el ejército y la violencia se consideran parte del orden político.

Se considera que la economía es la fuente productiva. Es el reino de la libertad individual, la racionalidad, la frugalidad y el dinamismo. Crea producción, aumenta el consumo y hace avanzar a la sociedad. En cambio, el orden político se considera coercitivo y colectivo. Es corrupto, ineficiente y conservador. Es una esfera parasitaria que se aferra a la economía, la presiona e interfiere en sus actividades.

Lo ideal sería dejar la economía en paz. La política de laissez-faire2 produciría el resultado económico óptimo. Pero en la práctica, nos dicen, nunca es así: la intervención política distorsiona constantemente la economía, socava la eficiencia de su funcionamiento y obstaculiza la producción de bienestar individual. La ecuación liberal es entonces sencilla: la mejor sociedad es aquella en la que predomina la economía y en la que la parte política es la más restringida.

La visión marxista de esta separación es sólo parcialmente diferente. Para Marx, el proyecto liberal de separar la sociedad civil del Estado es un ideal engañoso, si no es simplemente una ceguera deliberada. El acto legal de separar la economía privada de la política pública aliena la propiedad; y esta misma alienación, dice, sirve para defender los intereses privados de los capitalistas contra la búsqueda colectiva de una sociedad justa. Desde este punto de vista, una estructura político-jurídica aparentemente independiente no es la antítesis, sino la condición misma de la economía material: permite a los órganos estatales y a la burocracia legitimar el capital, dar una forma universal a la acumulación y ayudar a mantener el sistema capitalista en su conjunto.

En otras palabras, Marx acepta de buen grado la dualidad liberal, pero con un detalle crucial. Donde los liberales ven una inconsistencia entre el bienestar económico y el poder político, Marx ve dos formas complementarias de poder: una base material-económica para la explotación y una estructura legal-estatal de opresión que la refuerza.

Históricamente, las instituciones y órganos coercitivos del Estado se desarrollan como complementos necesarios del mecanismo económico de extracción de plusvalía: juntos constituyen la totalidad que los marxistas llaman «modo de producción». Pero la relación entre estos dos aspectos no es simétrica: en cualquier período económico, la naturaleza y el alcance de la intervención del Estado se basan en las necesidades concretas de la extracción de plusvalía. A modo de ejemplo, en el siglo XIX, estas exigencias dictaban el método «hands off» del laissez-faire*; a mediados del siglo XX, exigían la macrogestión keynesiana; y a principios del siglo XXI, imponen las regulaciones multiformes del neoliberalismo financiarizado.

En otras palabras, a diferencia de la cosmología liberal, en la que la sociedad está formada por individuos que buscan la utilidad y para los que el Estado es, en el mejor de los casos, un proveedor de servicios y, en el peor, una fuente de distorsión, en la cosmología marxista el Estado es necesario para la propia existencia del capitalismo. Pero esta necesidad está condicionada a que el Estado sea distinto de la economía y, en última instancia, esté subordinado a ella.

Siguiendo los pasos de sus predecesores clásicos, en particular Smith y Ricardo, Marx también dio prioridad a lo económico sobre lo político. Fascinado por los métodos y los triunfos de la ciencia burguesa, buscó las razones latentes, las fuerzas mecánicas fundamentales últimas que se esconden detrás de las apariencias sociales y las impulsan. Y, al igual que sus homólogos burgueses, él también situó estas fuerzas en la «economía».

Argumentó que la esfera productiva, y especialmente el trabajo, era el motor del desarrollo social. Es aquí donde se crea el valor de uso, se genera la plusvalía y se acumula el capital. La producción es el origen de la abundancia. Es la fuente última de la que extraen su energía las demás esferas de la sociedad, energía que luego utilizan para ayudar a dar forma y sostener la esfera productiva de la que tanto dependen. Así, aunque para Marx la economía y la política capitalistas están profundamente entrelazadas, se trata de la interacción de dos entidades conceptualmente distintas y asimétricas3.

Segundo principio: el modelo económico galileo-cartesiano-newtoniano

El nuevo orden capitalista surgió en paralelo a una revolución científico-política, una revolución marcada por la cosmovisión mecanicista de Maquiavelo, Kepler, Galileo, Descartes, Hobbes, Locke, Hume, Leibnitz y, sobre todo, Newton4.

Es habitual decir que los economistas políticos han tomado prestadas sus metáforas y métodos de las ciencias naturales. Pero hay que tener en cuenta que lo contrario es igualmente cierto, si no más: en otras palabras, las opiniones de los científicos reflejan su sociedad.

Considere los siguientes ejemplos:

Galileo y Newton se inspiraron profundamente en El Príncipe de Maquiavelo. El Príncipe persigue implacablemente el poder secular por el propio poder secular. No le preocupa el interés general, sino el orden y la estabilidad. No es la gracia divina la que le permite alcanzar sus fines, sino la aplicación sistemática de una racionalidad calculadora.
El «hombre mecánico» de Hobbes se inspira en el péndulo de Galileo, que oscila entre la búsqueda del poder, por un lado, y el miedo a la muerte, por otro, pero el universo mecánico de Galileo era en sí mismo un reflejo de una sociedad cada vez más invadida por las máquinas.

Newton pudo componer un universo de cuerpos independientes porque vivió en una sociedad que empezaba a criticar el poder jerárquico y a glorificar el individualismo. Contemplaba un mundo liberal en el que cada cuerpo era un alma solitaria en el universo, que interactuaba con otros cuerpos pero que nunca imponía su voluntad sobre ellos. En Newton no hay causas últimas, sólo interdependencias.

Descartes pudo hacer hincapié en la inmediatez de la causa y el efecto -las hojas sólo se mueven si el viento las toca- porque vivió en un mundo que desafiaba cada vez más los milagros religiosos que operaban a distancia invocados por la Iglesia.

Lavoisier inventó su ley de conservación de la materia mientras construía un muro alrededor de París, convirtiendo la ciudad en un contenedor cerrado, para apropiarse de la mayor parte de sus ingresos fiscales.

La «supervivencia del más fuerte» de Darwin se basó en la teoría de la población de Malthus, y así sucesivamente…

Estos ejemplos relativamente recientes no deberían sorprendernos. El ser humano tiende a imponer al universo la estructura de poder que rige su propia sociedad. En otras palabras, tienden a politizar la naturaleza.

En las sociedades arcaicas, los dioses suelen ser numerosos, relativamente iguales y están lejos de ser omnipotentes. Las sociedades jerárquicas y estatistas tienden a imponer un panteón de dioses. Y un régimen absolutista tiende a favorecer un único dios y una religión monoteísta. En todos los casos, las fuerzas que componen la naturaleza se reflejan, como ellas mismas, en las fuerzas que conforman la sociedad5.

El capitalismo no es una excepción a esta regla histórica. Tomemos la visión mecanicista del mundo. El Dios liberal no es más que la racionalidad absoluta, o la ley natural. El lenguaje de Dios es matemático, y por tanto la estructura del universo es numérica. El universo creado por Dios es plano, cubierto de muchos cuerpos que no están subordinados ni dependen unos de otros, sino que son libres e interdependientes. Estos cuerpos no se ponen en movimiento por obligaciones diferenciales, sino por la fuerza universal de gravitación. No se atraen ni se repelen por la voluntad del Todopoderoso, sino por el juego de la acción y la reacción. Y, por último, no se ordenan por decreto, sino por el poder de equilibrio invisible de la inercia.

Este universo plano refleja los ideales planos de la sociedad liberal. Una sociedad liberal se compone de actores, o partículas, igualmente diminutos, ninguno de los cuales es lo suficientemente grande como para afectar significativamente a los demás actores-partículas. Estas partículas-actores no derivan su energía de las responsabilidades patriarcales, sino de la escasez, la fuerza gravitatoria del universo social. No se atraen ni se repelen por las obligaciones feudales, sino por las funciones universales-utilitarias de la oferta y la demanda. Y no obedecen a una regla jerárquica sino a la fuerza que crea el equilibrio: la mano invisible de la competencia perfecta.

Los economistas panglossianos utilizaron elaborados modelos matemáticos para demostrar que vivimos en el mejor de los mundos posibles.

Los economistas panglossianos utilizaron elaborados modelos matemáticos para demostrar que vivimos en el mejor de los mundos posibles.

Tercer principio: la teoría del valor y la dualidad real/nominal

El capitalismo es un sistema de mercancías; por tanto, se expresa en unidades universales de precio. Para entender la naturaleza y la dinámica de esta arquitectura, necesitamos entender los precios, razón por la cual las economías políticas liberal y marxiana se basan en teorías del valor – respectivamente, la teoría del valor de utilidad y la teoría del valor trabajo.

Las teorías del valor empiezan por dividir la propia economía en dos esferas cuantitativas paralelas: real y nominal. La esfera real es la clave de estas teorías. Es donde tienen lugar la producción y el consumo, donde la oferta y la demanda se responden mutuamente, donde se determinan la utilidad y la productividad, donde compiten el poder y el equilibrio, donde tienen lugar el bienestar y la explotación, donde se generan la plusvalía y el beneficio.

Sin embargo, parece aparentemente difícil, si no imposible, cuantificar la esfera real: las entidades que componen esta esfera son cualitativamente diferentes, y esta diferencia cualitativa hace que estas entidades sean cuantitativamente inconmensurables entre sí.

Sin embargo, para los economistas, este problema es más aparente que real. Los físicos y químicos expresan todas sus mediciones en términos de cinco magnitudes fundamentales: distancia, tiempo, masa, carga eléctrica y calor. De este modo, la velocidad puede definirse como la distancia dividida por el tiempo; la aceleración como la derivada temporal de la velocidad; la fuerza es la masa multiplicada por la aceleración, etc. Y los economistas, si hemos de creer lo que afirman, son capaces de hacer lo mismo.

La economía, dicen, tiene sus magnitudes fundamentales: la magnitud fundamental del mundo liberal es la utilidad (expresada en utilidades), la del universo marxista es el trabajo abstracto socialmente necesario6. Con estas magnitudes fundamentales, cualquier entidad real -desde el trabajo concreto hasta las mercancías y el capital- puede reducirse a la misma unidad y expresarse en ella.

Paralelamente a la esfera real, existe el mundo nominal del dinero y los precios. Esta esfera constituye la apariencia inmediata del sistema de mercancías. Pero es sólo una apariencia derivada. De hecho, la esfera nominal no es más que un enorme espejo simbólico. Se trata de un ámbito paralelo en el que las magnitudes medidas en «dólares universales» no hacen más que reflejar -a veces con precisión, a veces no- las verdaderas magnitudes subyacentes de la producción y el consumo: la utilidad y el trabajo abstracto.

Así, tenemos una correspondencia cuantitativa. La esfera nominal de los precios refleja la esfera real de la producción y el consumo. Y el objetivo de la teoría del valor es explicar esta reflexión, esta correspondencia.

¿Cómo explica la teoría del valor esta correspondencia? En la versión liberal, se supone que esta economía de dos caras está contenida en un espacio newtoniano, un contenedor con sus propias leyes invisibles, o funciones, cuyo papel es equilibrar cantidades y precios. La versión marxista es bastante diferente, ya que no insiste en el equilibrio y la armonía, sino en el motor conflictivo/dialéctico de la economía. Sin embargo, también aquí existe una clara separación entre lo real y lo nominal, así como un conjunto de reglas asumidas -las leyes históricas del movimiento- que rigen la interacción a largo plazo entre ambas esferas.

Dado que estos principios, o leyes, son inmutables, el papel del economista político, como el del científico, es simplemente «descubrirlos «7 . El método a seguir para este descubrimiento se basa, por un lado, en el paradigma heurístico de Galileo, Descartes y Newton, y, por otro, en el uso de probabilidades analíticas y estadísticas empíricas. Con este método, el descubrimiento tiene lugar a través de la fusión de la experimentación y la generalización, un método que los liberales ponen en práctica a través de la comprobación y la predicción (aunque principalmente de acontecimientos pasados), y que los marxistas ponen en práctica a través de la dialéctica teoría/práctica.

Por último, a diferencia de la economía, la política no tiene reglas intrínsecas. Esta diferencia tiene dos consecuencias importantes. En el caso liberal, la noción de una economía auto-optimizada significa que, con la excepción de las «externalidades», cualquier intervención política sólo puede conducir a resultados sub-óptimos. En el caso marxista, la política y el Estado están inextricablemente ligados a la producción y la economía. Sin embargo, dado que la política y el Estado no tienen reglas propias, deben derivar su lógica de la economía, ya sea estrictamente, como estipulan los estructuralistas, o aproximadamente, como sostienen los instrumentalistas.

En resumen, la cosmología del capitalismo se apoya en tres fundamentos esenciales. La primera es la separación de la economía y la política. La economía se rige por sus propias leyes, mientras que la política se deriva de estas leyes económicas o las distorsiona. El segundo principio es una concepción mecanicista de la propia economía, una concepción basada en la acción y la reacción, en las funciones categóricas y en las fuerzas autorreguladoras del movimiento y el equilibrio, y en la que el papel del economista político es simplemente descubrir estas leyes mecánicas. El tercer principio es la separación de la propia economía en dos esferas cuantitativas: real y nominal. La esfera real se cuenta en unidades materiales de consumo y producción (utilidades o trabajo abstracto socialmente necesario), mientras que la esfera nominal se cuenta en precios monetarios. Pero las dos esferas son paralelas: los precios nominales no hacen más que reflejar las cantidades reales, y la tarea de la teoría del valor es hacer explícita esta correspondencia.

El ascenso del poder y el colapso de la economía política

Estos fundamentos de la cosmología capitalista comenzaron a derrumbarse en la segunda mitad del siglo XIX, principalmente debido a la victoria del propio capitalismo. Obsérvese que la economía política se diferenció de todas las cosmologías anteriores en que fue la primera en sustituir una fuerza secular por una religiosa. Pero, al igual que los dioses, esta fuerza secular siempre se consideró heterónoma, es decir, una entidad objetiva, externa a la sociedad.

La victoria del capitalismo cambió esta percepción. Con el orden feudal que finalmente despejó el camino para un régimen capitalista de pleno derecho, quedó cada vez más claro que la fuerza no se impone desde fuera, sino desde dentro. En lugar del poder heterónomo, surgió el poder autónomo, y esta transformación lo cambió todo8. Con el poder autónomo, las dualidades producidas por la distinción entre economía y política, la separación real/nominal y la cosmovisión mecanicista de la economía política quedaron seriamente socavadas. Con el cuestionamiento de estas categorías, la presunta automaticidad de la economía política dejó de ser válida. Y al desaparecer este automatismo, la economía política dejó de ser una ciencia objetiva.

La consideración de este nuevo poder se vio afectada por cuatro importantes acontecimientos. La primera fue la aparición de unidades completamente nuevas. A finales del siglo XIX y principios del XX, la noción de actores/átomos interdependientes fue sustituida por grandes organizaciones jerárquicas -desde grandes empresas y sindicatos hasta grandes gobiernos y ONG-, organizaciones lo suficientemente grandes como para alterar su propia situación y afectarse mutuamente.

El segundo acontecimiento fue la aparición de un nuevo fenómeno, desconocido para los economistas políticos clásicos. A principios del siglo XX, la guerra total y la guerra económica aparentemente permanente se habían establecido como las principales características del capitalismo moderno, características que resultaron ser tan importantes como la producción y el consumo. Los gobiernos empezaron a aplicar activamente políticas industriales y de macroestabilización masivas, políticas que anularon por completo la presunta automaticidad de la llamada esfera económica. Los capitalistas incorporaron sus empresas, y en el proceso se burocratizó y socializó el proceso de acumulación privada.

El trabajo no se hizo más sencillo y homogéneo, sino cada vez más complejo, y los trabajadores superaron el nivel de subsistencia. Se desarrolló una aristocracia del trabajo, el nivel de vida de los trabajadores se disparó en los principales países capitalistas y, al aumentar la renta disponible, las cuestiones culturales pasaron a ser más importantes que las laborales. Finalmente, los procesos nominales de la inflación y las finanzas se volvieron autónomos, siguiendo una trayectoria que ya no parecía reflejar el llamado sector real.

La tercera evolución a tener en cuenta fue la aparición de conceptos totalmente nuevos. Con el auge del fascismo y del nazismo, la primacía de la clase y de la producción fue desafiada por un nuevo enfoque en las masas, el poder, el Estado, la burocracia, las élites y el sistema.

En cuarto y último lugar, la cosmología objetiva-mecanicista de la primera revolución político-científica fue cuestionada por la incertidumbre, la relatividad y el enredo de las nociones de objeto y sujeto. La ciencia se vio cada vez más cuestionada por un «postismo «9 anticientífico y por el vitalismo.

El resultado combinado de estos desarrollos fue una creciente divergencia entre universalidad y dispersión. Por un lado, el régimen del capital se ha convertido en el sistema más universal que jamás haya organizado una sociedad: reina en todos los rincones del mundo e integra cada vez más aspectos de la vida humana. Por otra parte, la economía política -la cosmología de este orden- se ha fragmentado irremediablemente: en lugar de lo que antes era una ciencia coherente de la sociedad, se ha desarrollado una serie de disciplinas sociales parciales y opuestas.

El análisis liberal dominante de la sociedad se ha fragmentado en numerosas ciencias sociales. Estas ciencias sociales -la economía, la ciencia política, la sociología, la antropología, la psicología, y ahora también los estudios culturales, los estudios de comunicación, los estudios de género y otras ramificaciones de este tipo- se tratan como «disciplinas», sistemas cerrados, protegidos por su propia jerga, sus principios particulares y su jerarquía académico-burocrática.

Pero esta progresiva fragmentación no ha salvado la economía. Aunque la mayoría de los economistas se niegan a darse cuenta, y pocos lo aceptarían, el ascenso del poder autónomo ha destruido su grandeza fundamental. Con el poder autónomo, se hizo innegable que tanto la utilidad como el trabajo abstracto eran lógicamente imposibles y empíricamente incognoscibles. Está claro que ningún economista liberal ha conseguido medir la cantidad de utilidad contenida en una mercancía, al igual que ningún marxista ha conseguido calcular la cantidad de trabajo abstracto que contiene, porque ninguna de las dos cosas es factible. Esta incapacidad es existencial: sin una cantidad fundamental, la teoría del valor se hace imposible, y sin una teoría del valor, la economía se derrumba.

El Golem Neoclásico

Los neoclásicos respondieron a esta amenaza tratando de proteger la utilidad del toque devastador del poder. El proceso consistió en dos pasos. En primer lugar, crearon un mundo de fantasía, profusamente financiado, llamado Equilibrio General, en el que, siempre que se cumplieran una serie de condiciones muy restrictivas, todo funcionaba (casi) como se pretendía10. Sin embargo, para lograr este fin, tuvieron que convertir la economía en una cáscara vacía. Excluyeron de él casi todos los fenómenos de poder significativos, y lo hicieron tan bien que su modelo de competencia perfecta ya no puede explicar casi nada concreto.

El segundo paso fue presentar los fenómenos de poder rechazados como «desviaciones», y luego entregarlos a los profesionales de dos subdisciplinas recién creadas: las «distorsiones» e «imperfecciones» micro se entregaron a los teóricos de los juegos, mientras que las «intervenciones» y «choques» gubernamentales se reservaron para los macroeconomistas. El problema es que en los últimos cincuenta años, la teoría de los juegos y la macroeconomía se han convertido en un Golem teórico. Se han expandido considerablemente, tanto burocrática como académicamente, y esta expansión, en lugar de fortalecer la cosmología liberal, la ha socavado seriamente.

Aunque los macroeconomistas rara vez lo promueven y muchos de ellos no le prestan atención (es más conveniente), sus modelos, buenos o malos, están todos afectados por -y en muchos casos se han centrado exclusivamente en- el poder. Esto es crucial porque, una vez que se vuelve a introducir el poder en la ecuación, todos los precios, los flujos de ingresos y los activos se «contaminan». Y cuando los precios y la distribución están infectados de poder, la teoría de la utilidad del valor se vuelve irrelevante.

Hasta los años cincuenta y sesenta, los neoclásicos siempre podían afirmar que las «distorsiones» y los «choques» extraeconómicos eran locales, o al menos temporales, y que por lo tanto debían eliminarse de la gran búsqueda del análisis del valor. Pero hoy en día, con el análisis microdistributivo, y con los gobiernos determinando directamente el 20-40% de la actividad económica y el nivel de precios de un país, e indirectamente implicados en la mayor parte del resto, el poder parece omnipresente. Y si el poder es ahora la norma y no la excepción, ¿qué queda de la utilidad/productividad que sustenta la teoría liberal del valor?

Fragmentación neomarxista

A diferencia de los neoclásicos, los marxistas optaron por no evitar el poder ni esconderlo, sino atacarlo de frente, aunque el resultado final fue prácticamente el mismo. Tener en cuenta el poder significaba abandonar la teoría del valor del trabajo. Como los marxistas nunca propusieron una teoría alternativa del valor, su visión del mundo perdió su principal fuerza unificadora. En lugar de la totalidad marxista original, se ha desarrollado una fragmentación neomarxista.

El marxismo actual consta de tres subdisciplinas, cada una con sus propias categorías, lógicas y demarcaciones burocráticas. La primera subdisciplina es la economía neomarxista, basada en una mezcla de capitalismo monopolista e intervención gubernamental permanente. El segundo incluye las críticas neomarxistas a la cultura capitalista. Y la tercera consiste en las teorías neomarxistas del Estado.

Sin embargo, hay que subrayar aquí que Marx y los neomarxistas dijeron algunas cosas especialmente importantes sobre el mundo. Entre ellas, una visión global de la historia de la humanidad -un enfoque que rechaza y sustituye las diversas narrativas dictadas por las élites-; la noción de que las ideas están dialécticamente entrelazadas con su historia material concreta; el vínculo entre la teoría y la práctica; la percepción del capitalismo como un régimen político y de poder totalizador; las tendencias universalistas y globalistas de este régimen; la dialéctica de la lucha de clases; la lucha contra la explotación, la opresión y la dominación imperialista; y el énfasis en la autonomía y la libertad como fuerzas motivadoras del desarrollo humano.

Todas estas ideas son indispensables. Y lo que es más importante, el desarrollo de estas ideas está profundamente envuelto, por utilizar la fórmula de David Bohm, en la propia historia del régimen capitalista, y en este sentido nunca podrían ser cuestionadas como falsas11.

Pero todo esto deja el problema central sin resolver. En ausencia de una teoría unificadora del valor, no hay una manera lógicamente coherente y empíricamente significativa de explicar la llamada acumulación económica de capital – y mucho menos un análisis de cómo la cultura y el estado probablemente influyen en esta acumulación. En otras palabras, no tenemos ninguna explicación del proceso más importante de todos: la acumulación de capital.

Sin embargo, el capitalismo sigue siendo un sistema universalista, y un sistema universalista exige una teoría universal. Así que tal vez sea el momento de detener la fragmentación. No necesitamos matices cada vez más finos. No necesitamos subdisciplinas que se conecten mediante vínculos inter o transdisciplinarios. Y no necesitamos que las imperfecciones y distorsiones nos digan por qué estas teorías no funcionan.

Lo que realmente necesitamos es un Ctrl+Alt+Suprimir radical. Como dice Descartes, ser radical significa ir a la raíz, y la raíz del capitalismo es la acumulación de capital. Así que este debería ser nuestro nuevo punto de partida.

El modo de poder capitalista

En el resto de este artículo, describimos brevemente algunos elementos clave de nuestro propio enfoque del capital. Empezamos con el poder. Sostenemos que el capital no es un medio de producción, que no es la capacidad de producir placer hedónico y que no es una cantidad de trabajo productivo muerto. El capital es poder y nada más que poder.

En términos más generales, sugerimos que el capitalismo se entiende mejor no como un modo de producción o consumo, sino como un modo de poder. Las máquinas, la producción y el consumo son, por supuesto, parte del capitalismo, y son ciertamente parámetros importantes de la acumulación. Pero el papel de estas entidades en el proceso de acumulación, sea cual sea, importa sobre todo por la forma en que afectan al poder.

Para explicitar nuestro argumento, partimos de dos entidades relacionadas: los precios y la capitalización. El capitalismo -como ya hemos señalado, y como reconocen también los liberales y los marxistas- se organiza como un sistema de mercancías denominadas en precios. El capitalismo es particularmente propicio para una organización numérica, en la medida en que se basa en la propiedad privada, y todo lo que es propiedad privada puede tener un precio. Así, a medida que la propiedad privada se expande espacial y socialmente, el precio se convierte en la unidad numérica universal a través de la cual se organiza el capitalismo.

La estructura real de este orden es creada por la capitalización, que, parafraseando a David Bohm, es el orden generativo del capitalismo. Es el algoritmo flexible y abarcador que continuamente crea, o crea, el orden del capitalismo.

La capitalización del poder

¿Qué es exactamente la capitalización? Es una entidad financiera simbólica, un ritual que los capitalistas utilizan para descontar los ingresos futuros esperados, ajustados al riesgo, a valor presente. Este ritual tiene una larga historia. Se inventó en las ciudades capitalistas de Europa, probablemente en torno al siglo XIV, quizá incluso antes. Superó la oposición religiosa del siglo XVII a la usura para convertirse en una práctica común entre los banqueros. Sus fórmulas matemáticas fueron explicitadas por primera vez por silvicultores alemanes a mediados del siglo XIX. Sus principios ideológicos y teóricos se establecieron a principios del siglo XX. Comenzó a aparecer en los libros de texto en la década de 1950, dando lugar a un proceso que los expertos contemporáneos llaman «financiarización». A principios del siglo XXI, se ha convertido en la más poderosa de todas las confesiones, con más seguidores que todas las religiones del mundo juntas.

Como sostiene Ulf Martin en su artículo inédito de 2009 «El control racional y el magma de la realidad», la mayúscula es un símbolo operativo-computacional. A diferencia de los símbolos ontológicos, la capitalización no es una representación pasiva del mundo. Se trata más bien de un cálculo activo y sintético. Es un símbolo que los seres humanos crean e imponen al mundo, y al hacerlo, moldean el mundo a la imagen de su símbolo.

Los capitalistas -como todo el mundo- están condicionados a pensar en el capital en términos de capitalización, y sólo de capitalización. La cuestión fundamental aquí no es la entidad particular que posee el capitalista, sino el valor universal de esa entidad definida como activo capitalizado.

Los neoclásicos y los marxistas reconocen esta criatura simbólica, pero dada su comprensión del capital como una entidad económica (supuestamente) real, no saben realmente qué hacer con su aspecto simbólico. Los neoclásicos sortean el callejón sin salida diciendo que, en principio, la capitalización no es más que la imagen del capital real, aunque en la práctica esta imagen esté distorsionada por las lamentables imperfecciones del mercado. Los marxistas abordan el problema desde el ángulo opuesto. Parten de la base de que la capitalización es totalmente ficticia y, por tanto, no guarda relación con el capital real. Pero entonces, para mantener su teoría del valor-trabajo, también insisten en que ocasionalmente esta ficción debe colapsar para restaurar la igualdad con el capital real.

En nuestra opinión, estos esfuerzos por forzar la capitalización en el marco del capital real son inútiles. Como hemos visto antes, no sólo no hay una cantidad objetiva para medir el capital real, sino que la disociación de la economía y la política (supuestamente necesaria para esta objetividad) se ha vuelto en sí misma obsoleta. De hecho, la capitalización no puede limitarse a la «esfera económica».

En principio, se puede capitalizar cualquier flujo de ingresos previsto. Y dado que los flujos de ingresos son generados por entidades, procesos, organizaciones e instituciones sociales, se llega a una capitalización que no actualiza la llamada esfera económica, sino potencialmente todos los aspectos de la sociedad. La vida humana, incluida su moral o su código genético, se escribe habitualmente con mayúsculas. Las instituciones -desde la educación y el entretenimiento hasta la religión y el derecho- se escriben habitualmente con mayúsculas. También lo son las redes sociales voluntarias, la violencia urbana, la guerra civil y los conflictos internacionales. Incluso el futuro medioambiental de la humanidad se capitaliza. Nada escapa a los agentes de la actualización. Si algo genera ingresos futuros esperados, puede ser capitalizado, y todo lo que puede ser capitalizado lo será tarde o temprano.

La naturaleza global de la capitalización exige una teoría igualmente global, y la base unificadora de dicha teoría es, en nuestra opinión, el poder. La primacía del poder es inherente a la propia definición de la propiedad privada. Observará que la palabra francesa «privé» proviene del latín privatus, que connota una forma de restricción. En este sentido, la propiedad privada es total y exclusivamente una institución de exclusión, y la exclusión institucionalizada es una cuestión de poder organizado.

Por supuesto, la exclusión no tiene por qué ejercerse en la práctica. Lo que importa es el derecho de exclusión y la capacidad de exigir un trato monetario a cambio de no ejercer este derecho. Este derecho y esta capacidad son los fundamentos de la acumulación.

Por lo tanto, el capital no es otra cosa que el poder organizado. Este poder tiene dos facetas: una cualitativa y otra cuantitativa. La faceta cualitativa comprende las instituciones, los procesos y los conflictos a través de los cuales los capitalistas crean constantemente la sociedad, moldeando y limitando su trayectoria para extraer su tributo. La faceta cuantitativa es el proceso que integra, reduce y destila estos numerosos procesos cualitativos en la magnitud universal del capital.

Industria y comercio

¿Cuál es el objeto del poder capitalista? ¿Cómo se configura la sociedad? Para responder a estas preguntas, hay que partir de la distinción conceptual entre el potencial creativo/productivo de una sociedad (la esfera que Thorstein Veblen llama industria) y el dominio del poder que, en la era capitalista, toma la forma de la empresa12.

Utilizando el concepto del físico Denis Gabor como metáfora, podemos pensar en el proceso social como un holograma gigante, un espacio atravesado por ondas incidentales. Toda acción social -ya sea un acto industrial o comercial- es un acontecimiento, un suceso que genera vibraciones en el espacio social. Pero hay una diferencia fundamental entre las vibraciones de la industria y el comercio. La industria, entendida como el conocimiento y el esfuerzo colectivo de la humanidad, es inherentemente cooperativa, integrada y sincronizada. El comercio, en cambio, no es colectivo sino privado. Logra sus objetivos mediante la amenaza y el uso sistemático de la restricción y la obstrucción, es decir, mediante el sabotaje estratégico. El objetivo clave de este sabotaje son los impulsos resonantes de la industria, resonancias que el comercio contrarresta constantemente por su disonancia inherente.

Ilustremos esta interacción entre la industria y el comercio con un sencillo ejemplo. Los economistas políticos, tanto tradicionales como marxistas, postulan una relación positiva entre la producción y el beneficio. Según ellos, los capitalistas se benefician de la actividad industrial, y así, cuanto más se empleen sus equipos y trabajadores, mayor será su beneficio. Pero si el capital se ve como poder, ejercido a través del sabotaje estratégico de la industria por el comercio, la relación se vuelve no lineal: positiva en algunas circunstancias, negativa en otras13.

Esta última relación se ilustra hipotéticamente en la Figura 1: Comercio e Industria. El gráfico representa la utilización de la capacidad industrial en el eje horizontal y la participación del capital en la renta en el eje vertical. Hasta cierto punto, los dos se mueven juntos. A partir de ese momento, la relación se vuelve negativa. La razón de esta inversión es fácil de explicar si nos fijamos en los puntos extremos. Si la industria se detuviera por completo (esquina inferior izquierda del gráfico), los ingresos capitalistas serían nulos. Pero estos ingresos también serían inexistentes si la industria funcionara a plena capacidad sociotecnológica en todo momento y en todas partes (la situación representada por la esquina inferior derecha del gráfico). En este último escenario, las consideraciones industriales primarían sobre las comerciales, la producción ya no requeriría la aprobación de los propietarios y éstos ya no podrían extraer los ingresos que exigen. Por lo tanto, para los propietarios del capital, la situación ideal, lo que podría describirse como la posición de «Ricitos de Oro «14 , se encuentra en algún punto intermedio (en la parte superior del arco del gráfico), con altos ingresos capitalistas recibidos a cambio del derecho de la industria a operar, pero por debajo de su potencial.

Figura 1: Comercio e industria

Ahora que hemos expuesto la teoría, veamos los hechos. El gráfico 3 muestra esta relación para Estados Unidos desde la década de 1930. El eje horizontal representa el grado de sabotaje, utilizando la tasa de desempleo oficial, pero invirtiéndola (el desempleo empieza en cero a la derecha, indicando que no hay sabotaje, y a medida que sube hacia la izquierda, también lo hace el sabotaje). El eje vertical, como antes, indica la parte de la renta nacional que reciben los capitalistas.

Figura 2: Comercio e industria de EE.UU.

Nota: Las series se presentan como medias móviles de 5 años.

Fuente: U. S. Departamento de Comercio a través de Global Insight (código de serie: INTNETAMISC para los intereses; ZBECON para los beneficios; YN para la renta nacional; RUC para la tasa de desempleo).

Lo que encontramos se acerca mucho a las afirmaciones teóricas del Gráfico 1: Comercio e Industria. La mejor situación para los capitalistas no es cuando la industria está empleada en su totalidad, sino cuando la tasa de desempleo ronda el 7%. En otras palabras, la llamada tasa natural de desempleo y el «business as usual» son dos caras del mismo proceso de poder: un proceso por el que las empresas acumulan saboteando estratégicamente la industria.

Acumulación diferencial y capital dominante

Sostenemos que el poder nunca es absoluto: siempre es relativo. Por esta razón, los aspectos cuantitativos y cualitativos de la acumulación de capital deben examinarse de forma diferenciada, en relación con otros capitales. En contra de lo que afirma la economía convencional, los capitalistas no están motivados por la maximización de los beneficios, lo que pretenden es batir la media y superar la rentabilidad normal. Toda su existencia está condicionada por la necesidad de superar a los demás, por el imperativo de lograr no sólo la acumulación, sino la acumulación diferencial. Y este impulso diferencial es crucial: superar la media significa acumular más rápido que los demás; y en la medida en que la magnitud relativa del capital representa el poder, los capitalistas que acumulan de forma diferencial aumentan su poder (para enfatizar, lo que entendemos por poder capitalista no es la estrecha noción de «poder comercial» sino la amplia capacidad estratégica para infligir sabotaje).

La centralidad de la acumulación diferencial, en nuestra opinión, significa que el análisis de la acumulación no sólo debe centrarse en el capital en general, sino también, y quizás especialmente, en el capital dominante en particular, es decir, en las grandes alianzas corporativas-estatales que la acumulación diferencial ha colocado progresivamente en el centro de la economía política.

El gráfico 3 describe la acumulación diferencial de capital dominante en Estados Unidos desde 1950. El capital dominante se representa aquí utilizando dos medidas ligeramente diferentes: la primera es el grupo de las 100 mayores empresas del universo Compustat15 ; la segunda es el conjunto de las 100 mayores empresas estadounidenses del universo Compustat (incluyendo las empresas que cotizan en bolsa y están constituidas en Estados Unidos). Los componentes de cada grupo se determinan anualmente en función de su capitalización bursátil (se utilizan dos medidas diferentes porque los datos de capitalización bursátil total abarcan todas las empresas que cotizan en bolsa, independientemente de su país de constitución, mientras que los datos de beneficios totales de la contabilidad nacional se refieren únicamente a las empresas constituidas en Estados Unidos). El gráfico muestra dos series diferenciales: una para la capitalización, basada en la primera definición de capital dominante, y otra para el beneficio neto, que se basa en la segunda definición de capital dominante.

Figura 3: Capitalización diferencial y beneficio neto diferencial en EE.UU.

*Capitalización bursátil media de las 100 primeras empresas de Compustat (clasificadas anualmente por capitalización bursátil) / Capitalización bursátil media de todas las empresas estadounidenses cotizadas.

** Promedio de los ingresos netos de las 100 primeras empresas de Compustat (clasificadas anualmente por capitalización bursátil) / Promedio de los ingresos netos de todas las empresas estadounidenses (cotizadas y no cotizadas). El número de empresas estadounidenses para 2004-2006 se extrapola a partir de las tasas de crecimiento recientes.

Fuente: Registro Compustat a través de WRDS (código de serie: data25 para las acciones ordinarias en circulación; data199 para el precio de las acciones; data172 para los ingresos netos); Global Financial Data (número de empresas que cotizan en NYSE, AMEX y NASDAQ hasta 1989); World Federation of Exchanges (número de empresas que cotizan en NYSE, AMEX y NASDAQ desde 1990); U. Servicio de Impuestos Internos de EE.UU. (número de declaraciones de impuestos activas de las empresas); Junta de la Reserva Federal de EE.UU. Flujo de fondos a través de Global Insight (FL893064105 para el valor de mercado de las acciones de las empresas); Oficina de Análisis Económico de EE.UU. a través de Global Insight (ZA para los beneficios después de impuestos).

La capitalización diferencial es la relación entre el valor medio de mercado del capital dominante (empresas que cotizan en bolsa en EE.UU.) y el valor medio de mercado de todas las empresas que cotizan en bolsa en EE.UU. La serie muestra que durante la década de 1950, una empresa típica de capital dominante tenía 7,4 veces la capitalización (es decir, el poder) de una empresa media que cotizaba en bolsa. A principios de la década de 2000, esta proporción había aumentado a 35,5, casi cinco veces más.

Sin embargo, esta medida subestima significativamente el poder del capital dominante. No hay que olvidar que la gran mayoría de las empresas no cotizan en bolsa. Dado que las acciones de las empresas que no cotizan en bolsa no tienen valor bursátil; esta falta de valor bursátil significa que no son captadas por las estadísticas; y como la mayoría de las empresas excluidas son relativamente pequeñas, las medidas diferenciales basadas únicamente en las empresas que cotizan en bolsa acaban subestimando la importancia relativa del capital dominante.

Para evitar esta limitación, utilizamos otra medida diferencial -que no se basa en la capitalización, sino en los ingresos netos- y esta medida incluye todas las empresas constituidas en Estados Unidos, tanto las que cotizan en bolsa como las que no. Los pasos del cálculo son similares. Calculamos la renta neta media de una empresa de capital dominante (la renta neta total de las 100 principales empresas estadounidenses cotizadas y constituidas en Compustat dividida por 100); a continuación, calculamos la renta neta media de una empresa estadounidense (la renta total de las empresas, después de impuestos, dividida por el número de declaraciones fiscales de empresas activas); por último, dividimos el primer resultado por el segundo.

Como era de esperar, las dos series tienen órdenes de magnitud muy diferentes (véanse las dos escalas logarítmicas). Pero también están muy correlacionados (lo que no es sorprendente, ya que el beneficio es el principal motor de la capitalización). Esta correlación significa que podemos utilizar este indicador de beneficios diferenciales, bien respaldado, como indicador del poder del capital dominante, en relación con todas las empresas. Y el resultado es notable. Los datos muestran que en la década de 1950, una típica empresa de capital dominante era 2586 veces más grande/más poderosa que la media de las empresas estadounidenses. En la década de 2000, esta proporción había aumentado a 22.097, un aumento de casi nueve veces.

El capital como poder en los conflictos energéticos de Oriente Medio

Nuestra investigación ofrece varios estudios históricos de acumulación diferencial en los que examinamos las cantidades y cualidades del capital como poder. Uno de ellos es nuestro estudio sobre Oriente Medio16. Cada barra del gráfico indica en qué medida la tasa de rendimiento de los fondos propios de cada empresa petrolera está por encima o por debajo de la media de Fortune 500. Las barras grises muestran el diferencial de acumulación positivo, es decir, el porcentaje en el que las empresas petroleras están por encima del Fortune 500. Las barras negras representan el diferencial de acumulación negativo, es decir, el porcentaje de empresas petroleras que se encuentran por detrás de la media. Por último, las pequeñas explosiones del gráfico simbolizan la aparición de conflictos energéticos: las guerras energéticas regionales.

Figura 4: La acumulación diferencial de Petro-Core y las «crisis energéticas» de Oriente Medio

El rendimiento de los fondos propios es la relación entre el beneficio neto y los fondos propios. El rendimiento diferencial de los fondos propios es la diferencia entre el rendimiento de los fondos propios de Petro-Core y el de Fortune 500, expresado como porcentaje del rendimiento de los fondos propios de Fortune 500. Para 1992-1993, los datos de Fortune 500 se presentan sin los cargos especiales de la SFAS 106.

NOTA. El Petro-Core incluye a British Petroleum (BP-Amoco desde 1998), Chevron (con Texaco desde 2001), Exxon (ExxonMobil desde 1999), Mobil (hasta 1998), Royal Dutch/Shell y Texaco (hasta 2000). Los cambios de empresa se deben a fusiones y adquisiciones. Los conflictos energéticos incluyen: las guerras árabe-israelíes de 1967 y 1973, la revolución iraní de 1979, la primera invasión israelí del Líbano en 1979, la invasión soviética de Afganistán en 1979, la guerra Irán-Irak de 1980, la segunda invasión israelí del Líbano en 1982, la primera guerra del Golfo en 1990-1991, la segunda Intifada en Palestina en 2000, la invasión estadounidense de Afganistán en 2001-2002 y, finalmente, el lanzamiento de la guerra contra el terrorismo y la segunda guerra del Golfo en 2002-2003.

La economía dominante no se interesa por los ingresos diferenciales de las compañías petroleras y, desde luego, no tiene nada que decir sobre la relación entre estos ingresos diferenciales y las guerras regionales. Los ingresos diferenciales pueden interesar a los analistas financieros; las guerras en Oriente Medio son más bien competencia de los expertos en relaciones internacionales y seguridad. Pero como estos fenómenos pertenecen a ámbitos completamente diferentes de la sociedad, a nadie se le ha ocurrido relacionarlos. Sin embargo, estos fenómenos no están simplemente relacionados. De hecho, pueden entenderse como dos caras de un mismo proceso, a saber, la acumulación global del capital como poder. El gráfico anterior muestra tres relaciones notables.

En primer lugar, todos los conflictos energéticos vienen precedidos de un importante retraso de las empresas petroleras con respecto a la media. En otras palabras, para que se produzca un conflicto, primero debe haber una «desacumulación» diferencial de las empresas petroleras, un requisito previo muy poco habitual desde la perspectiva de las ciencias sociales.

En segundo lugar, todos los conflictos energéticos van seguidos de una extralimitación de las empresas petroleras. En otras palabras, las guerras y los conflictos en la región, a los que los científicos sociales suelen acusar de distorsionar la economía mundial, han servido al interés diferencial de algunas empresas clave a expensas de otras empresas importantes.

En tercer lugar, y por último, con la excepción de los años 1996-1997, las compañías petroleras nunca han conseguido superar la media sin que haya habido antes un conflicto energético en la región. En otras palabras, el rendimiento diferencial de las compañías petroleras no depende tanto de la producción como de la forma más extrema de sabotaje: la guerra.

Estas relaciones, y las conclusiones que exigen, son bastante notables. En primer lugar, la probabilidad de que estos tres patrones sean el resultado del azar estadístico es insignificante. Por lo tanto, debe haber algo sustancial detrás de la conexión entre las guerras en Oriente Medio y las diferencias de ingresos globales.

Entonces, estas relaciones fusionan a la perfección la calidad y la cantidad. En nuestra investigación sobre el tema, mostramos cómo los aspectos cualitativos del poder en las relaciones internacionales, los enfrentamientos entre superpotencias, los conflictos regionales y las actividades de las empresas petroleras y armamentísticas, pueden explicar y ser explicados por el proceso cuantitativo general de acumulación de capital.

Por último, estas tres relaciones se han mantenido estables durante medio siglo, lo que ha permitido predecir, por escrito e incluso antes de los hechos, las dos guerras del Golfo. Esta estabilidad sugiere que las estructuras del capital como poder -aunque sujetas a cambios históricos desde dentro de la sociedad- son cualquier cosa menos accidentales.

Hacia una nueva cosmología del capitalismo

Este tipo de investigación nos ha llevado gradualmente a la conclusión de que la economía política necesita un nuevo comienzo.

Al mismo tiempo, en 1991, Paul Sweezy, uno de los marxistas estadounidenses más destacados, revisó su libro, Monopoly Capitalism (196617), una obra que había sido coescrita 25 años antes con Paul Baran y que había tenido un merecido éxito. En su análisis, Sweezy admitió que faltaba algo particularmente importante en la lectura marxista y neoclásica: una teoría coherente de la acumulación de capital. Merece la pena citar sus observaciones porque ponen de manifiesto tanto el problema en sí como las razones por las que la economía es incapaz de resolverlo:

¿Por qué el capitalismo monopolista no ha sabido anticipar los cambios estructurales y operativos de los últimos 25 años? Fundamentalmente, creo que la respuesta es que su concepción del proceso de acumulación de capital es parcial e incompleta. En la tradición bien establecida tanto de la economía convencional como de la marxiana, hemos tratado la acumulación de capital como una forma de aumentar el stock de bienes de capital reales. Pero en realidad esto es sólo un aspecto del proceso. La acumulación también consiste en aumentar el stock de activos financieros. Los dos aspectos están, por supuesto, vinculados, pero la naturaleza de este vínculo es, como mínimo, problemática. La forma tradicional de abordar el problema ha sido, de hecho, descuidarlo: por ejemplo, la compra de acciones y bonos (dos de las formas más simples de activos financieros) se considera una forma indirecta de comprar bienes de capital reales, lo que casi nunca es el caso, y por lo tanto puede ser francamente engañoso. Este no es el lugar para señalar el camino hacia una conceptualización más satisfactoria del proceso de acumulación de capital. Se trata, en el mejor de los casos, de un problema extremadamente complejo y difícil, y sinceramente no tengo la menor idea de su resolución. Sin embargo, puedo afirmar con cierta seguridad que una mejor comprensión de la sociedad capitalista monopolista contemporánea sólo puede lograrse sobre la base de una teoría de la acumulación de capital mejor que la que tenemos en la actualidad, una teoría que ponga especial énfasis en la interacción entre los aspectos reales y financieros del capital (Sweezy 1991, énfasis añadido).

El escollo está al final del párrafo: «la interacción entre los aspectos reales y financieros del capital» Sweezy reconoció que el problema está en el propio concepto de capital, pero no pudo resolverlo precisamente porque siguió distinguiendo entre los aspectos «reales» y «financieros» del capital, lo que no debe sorprendernos. «En lo que respecta al individuo, cada uno es, en cualquier caso, hijo de su tiempo; así que la filosofía es también su tiempo aprehendido en los pensamientos. Es tan insensato soñar que cualquier filosofía supera el mundo actual, su mundo, como soñar que un individuo salta más allá de su tiempo, que salta por encima de Rodas.» (Hegel, 1821: 86). Sweezy y su grupo de la Monthly Review habían estado empujando la frontera de la investigación marxista durante todo el período de posguerra, pero en la década de 1990 se habían quedado sin munición. Habían reconocido la innegable realidad de las finanzas, pero su mundo fragmentado no podía dar cuenta de ella adecuadamente.

Como investigadores más jóvenes, al haber estado en un mundo diferente, no llevábamos el mismo bagaje teórico. Desinhibidos, aplicamos el cartesiano Ctrl+Alt+Suprimir y asumimos para empezar que no había separación y, por tanto, ninguna interacción real/financiera que explicar. Todo el capital es finanzas y nada más que finanzas, y existe como finanzas porque la acumulación no es tanto la amalgama material de la utilidad o el trabajo como la creordinación del poder.

Desafiar al capitalismo es alterar y, eventualmente, abolir la forma en que crea el poder. Pero para hacerlo con eficacia, tenemos que comprender exactamente lo que estamos desafiando. Desde nuestro punto de vista, el poder no es un factor externo que distorsiona o promueve el proceso de acumulación material: más bien es el motor interno, el medio y el fin del desarrollo capitalista en su conjunto. Desde este punto de vista, el capitalismo se entiende mejor y se aborda más eficazmente cuando se considera como un modo de poder, en lugar de como un modo de producción y consumo. Tal vez esta comprensión de lo que constituye nuestra sociedad pueda ayudarnos a convertirla en lo que debe ser.

Schimshon Bichler y Jonathan Nitzan

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Referencias

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Notas

1 La tensión histórica entre el espacio civil urbano de la economía y el capital y el espacio violento y coercitivo de la política y el Estado se explora desde diferentes perspectivas en Birth of Europe (1962) de Robert López, Constraint and Capital in the Formation of Europe 990-1990 (1990) de Charles Tilly y The Urban Revolution (1970) de Henri Lefebvre.

2 En francés en el texto original

3 Esta separación persigue incluso a los marxistas más innovadores. Henri Lefebvre, por ejemplo, introdujo la noción de sociedad urbana para trascender la base-superestructura de la sociedad industrial de Marx – sólo para encontrarse describiendo esta nueva sociedad en términos de… economía y política.

4 La fascinante evolución y los innovadores héroes de la cosmovisión mecanicista se describen en la incomparable historia de la cosmología de Arthur Koestler en Los sonámbulos (1959). Los fundamentos filosóficos de la revolución científica, especialmente en la física, se examinan en Newton’s Physics and the Conceptual Structure of the Scientific Revolution, de Zev Bechler (1991).

5 La historia de la noción de fuerza, desde el pensamiento antiguo hasta la física moderna, es contada por Max Jammer en Concepts of Force (1957). Los mitos sociales de los dioses se recogen en El vellocino de oro (1964) de Robert Graves y se analizan en su estudio Los mitos griegos (1967).

6 La noción de trabajo abstracto fue explicitada por primera vez por Karl Marx en su Contribución a la crítica de la economía política (1859). El término utilidad fue formulado por primera vez por Irving Fischer en sus Investigaciones matemáticas sobre la teoría del valor y los precios (1892).

7 La idea de que existe una racionalidad externa -y que el ser humano no sabe hacer otra cosa que descubrirla- fue expresada, no sin ironía, por el matemático Paul Erdős. Erdős, judío húngaro, no tenía a Dios en su corazón, al que apodó SF (por Supreme Fascist). Pero según él, Dios, sea amable o no, lo predetermina todo. En las matemáticas, Dios no sólo determina las leyes, sino también las pruebas finales de estas leyes. Estas pruebas están escritas en «El Libro» y el papel del matemático es simplemente descifrar sus páginas (Hoffman 2000). La mayoría de los grandes filósofos/científicos -desde Kepler hasta Descartes, pasando por Newton y Einstein- compartían esta opinión. Todos ellos asumieron que los principios que buscaban -ya fueran «leyes de la naturaleza» o «lenguaje de Dios»- eran primordiales y que su tarea se limitaba a «descubrirlos» (Agassi 1990).

8 La diferencia entre heteronomía y autonomía se desarrolla en los escritos filosóficos y sociales de Cornelius Castoriadis – véase, por ejemplo, Power, Politics, Autonomy (1990: 113-39).

9 Utilizamos el término «postismo» para referirnos a la mentalidad antifilosófica y anticientífica que se ha generalizado en el mundo académico, especialmente en las humanidades y las ciencias sociales. Esta moda políticamente correcta ha estado presente desde los años 70, tomando también los nombres de «postmodernismo», «postestructuralismo» y «postmarxismo». Se nutre de la negación de la posibilidad de un conocimiento objetivo, y mucho menos universal; sustituye la investigación científica por la deconstrucción y la innovación por el dogmatismo; fomenta el instinto de rebaño y aprueba la deshonestidad intelectual; fomenta el racismo y la intolerancia bajo el disfraz de «poscolonialismo» y «pluralismo cultural». Por supuesto, esta no es una tendencia histórica nueva. La posibilidad de una realidad universal, común a todos los seres humanos, ya fue rechazada por los nihilistas y relativistas de la antigua Grecia, afirmación que ahora retoman, bajo la bandera de Wittgenstein y Heidegger, pensadores como Foucault, Lacan, Lyotard y Derrida. Las consecuencias de este rechazo son nefastas, especialmente para las generaciones más jóvenes. La actual crisis mundial ha cogido por sorpresa a esta generación, que estaba totalmente desprevenida. Los movimientos antiglobalización, obstaculizados por años de ignorancia alimentada por el positivismo y condicionados a pensar que no hay «realidad» que estudiar, se han mostrado impotentes. A pesar de su buena voluntad, han sido incapaces de concebir nuevas teorías o políticas, y mucho menos una alternativa a la cosmología capitalista existente. Intuyen que el mundo se tambalea en sus cimientos, pero confinados en la mentalidad «deconstructiva», lo mejor que pueden hacer es criticar el «discurso» existente. (Nota del autor, añadida a petición de los traductores)

10 Decimos «casi» porque el problema no está realmente resuelto. Las más altas autoridades académicas en la materia siguen debatiendo si, por un lado, en las condiciones más rigurosas (es decir, socialmente imposibles) se puede demostrar un único equilibrio general (al menos sobre el papel); y si, por otro lado, en el caso de que existiera tal equilibrio, éste podría persistir.

11 La noción de envoltura, o el entrelazamiento de diferentes niveles de teoría, conciencia y orden, se desarrolla en The Plenitude of the Universe (1980) y Consciousness and the Universe (1987) de David Bohm, en coautoría con David Peat.

12 Véase The Theory of Business Enterprise (Veblen 1904) y Absentee Ownership and Business Enterprise in Recent Times (Veblen 1923).

13 Estas consideraciones se limitan al aspecto cuantitativo de la actividad industrial: no abordan la naturaleza cualitativa de su producto, ni sus condiciones de producción. Evidentemente, estos últimos aspectos también son importantes, y también en este caso el sabotaje comercial opera a menudo para restringir el potencial humano canalizando la actividad social de forma tan rentable como perjudicial.

14 Referencia al cuento de hadas «Ricitos de Oro y los tres osos» en el que Ricitos de Oro, una niña rubia, irrumpe en la casa de una familia de osos en su ausencia y disfruta de la comida del osezno, que no está ni demasiado caliente ni demasiado fría; de su silla, que no es ni demasiado dura ni demasiado blanda; y, finalmente, de su cama, que es la adecuada para él. (ndt, de wikipedia)

15 Compustat es una base de datos de Standards and Poor’s con información bursátil, financiera y estadística de las mayores multinacionales cotizadas en Estados Unidos.

16 Véanse, por ejemplo, Jonathan Nitzan y Shimson Bichler, The Global Political Economy of Israel (2002: capítulo 5), Shimshon Bichler y Jonathan Nitzan, Dominant Capital and the New Wars (2004) y Jonathan Nitzan y Shimson Bichler, New Imperialism, or New Capitalism?

17 1968 para la traducción al francés de François Maspéro, descargable en http://digamo.free.fr/barans68.pdf.

Schimshon Bichler enseña economía política en universidades y colegios de Israel. Jonathan Nitzan enseña economía política en la Universidad de York, en Toronto. Su último libro, El capital como poder, un estudio sobre el orden y el desorden, fue publicado en 2012 por Max Milo. La versión original del libro, así como otras publicaciones, pueden descargarse gratuitamente en el sitio web de los autores: The Bichler and Nitzan Archives. Texto publicado originalmente en el sitio web de Philosophers for Change. Este artículo apareció anteriormente con los títulos El capital como poder: Hacia una nueva cosmología del capitalismo y Acumulación diferencial.

[Traduciso por Jorge JOYA]

Original: https://rosenoire.noblogs.org/capital-comme-pouvoir/

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